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21 Jul2020

Discurso de Julia Wong para presentación del Premio Copé Oro y Bronce de Poesía 2019

14 de julio de 2020 

Señores Petroperú,

Señor Marcos Martos, Señor Eduardo Guevara, Sra. Carla Santa Cruz, Señor Carlos del Águila. Público presente.

Reflexionar sobre la poesía, es un ejercicio tan difícil como escribirla. Agradezco por invitarme a la presentación del Copé, al que se considera el premio más importante otorgado a un amante de las artes escritas en el Perú. Encontrarme al lado de una figura eminente como Marco Martos y la escritora Andrea Cabel, para encargarnos de acompañar en la entrega de dicho premio, me desafía a profundizar en mi oficio del “ars fascinatoria”, como nombra el poeta Bruno Pólack, (él llama así esta entrega vital al discurso poético) para así confraternizar desde este espacio en la difusión, el trabajo, la investigación y la expresividad del lenguaje a través de la poesía.

Escribir poesía en el Perú es tan extraño como seguir dibujando líneas en Nazca, esas palabras esperan ser vistas desde la altura menos esperada y devolver un diseño de incomprensiones que sólo en su conjunto delatan un trabajo del alma.

Los poemarios ganadores que llegaron a mis manos me cuentan la historia del país de mi madre, país mío un poco, país de todos “los peruanitos” de Carlos German Belli, País lejano, inocente, turisteado, vapuleado, abusado, siempre amado, apasionante e inspirador siempre para el magma poético más suculento.

Ganar un premio es más que el reconocimiento al trabajo y dedicación a un oficio. Creo que le da una medida de Absoluto al ser escritor en su paso por el tiempo. Relativiza la inmediatez del devenir y convierte al poeta en un ser ontológico que ha sido apreciado en su trascendencia comunitaria.

Tres poetas han quedado merecedores del Premio Copé de Oro, Plata y Bronce: Johnny Barbieri, James Quiroz y Karen Vila. He podido leer acuciosamente a Johnny Barbieri y Karen Vila, Premio Copé de Oro y Bronce, respectivamente. Antes de entregarles los textos que he desarrollado sobre sus trabajos, quiero felicitar a todos los participantes, por creer en la escritura, por creer en esas voces o duendes que aparecen entre sus hojas vacías, sus noches febriles y sus palabras dispuestas, por seguir escribiendo y gestando versos.

Gracias por mantener el deseo de mirar al Perú como parte del mundo, permitiendo a los lectores observar el lenguaje generado entre la vigilia y el ensueño como el mejor camino hacia los otros.

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Paris está lleno de otros no de mí.

Texto comentando el poemario “Expediente Vallejo”, Premio Copé Oro de Poesía 2019, de Johnny Barbieri.

Admito que Johnny Barbieri ha hecho un trabajo de exégesis importante para escribir este conjunto de poemas que rinden un obvio homenaje al poeta más pobre, más peruano, más francés, más hispano y el más grande que representa al país.

En mi humilde opinión el discurso poético no trata de adecuarse a la veracidad de los hechos o a la exactitud de fechas o la cantidad de cartas que escribiera Vallejo a Pablo Abril de Vivero; pero en este caso, el ejercicio acertado de asemejar fechas y números a lo que puede ser un flashback elíptico al momento del exilio del poeta hasta nuestros días es más que interesante. La memoria es también ética, dice Enrique Gallegos en su Tratado sobre poesía y filosofía. En este Expediente, César Vallejo vuelve a caminar por las calles, museos, puentes, cementerio de la Capital francesa para reconocer su glamour, su majestuosidad y también sus tremendas divergencias. Toda esta suerte de artilugios, consiguen ser un recurso interesante. Lo que queda claro, además porque está explícito en algún preámbulo de página, es que la voz que acompaña en el 2019 al poeta Barbieri es un enorme guiño a su maestro Vallejo, aunque las circunstancias entre las coordenadas entre Perú y Francia no parecieran las mismas que el poeta usara para contar sus peripecias y vivencias. A medida que avanzamos en esta pequeña resurrección de Vallejo, vamos atestiguando los fundamentos del Perú actual y lamentablemente poco parece haber cambiado, la lejana provincia peruana sigue en el olvido mientras en Francia cuando hay un incendio millones de dólares llueven, chorreando más que el agua del Sena para recuperar la arquitectura afectada.

Se trasluce de este conjunto de poemas, la gran admiración del autor por Vallejo y el tratar de sensibilizar al lector a través de los símbolos que traspasaron la inmanencia Vallejiana en una ars poética más actualizada, hay casi una sinergia simbiótica entre los poemas de Barbieri con la poética original. Así, se asume que la intencionalidad es incluir y reconsiderar un lenguaje que siga sosteniendo el enorme peso del Perú en la poesía universal. Además, conceptos vigentes como son la pobreza, el hambre, la injusticia se actualizan en un nuevo momento histórico, y nos damos cuenta de que los poetas van a seguir prefiriendo morir en París que en un Perú donde la piedra negra sigue rodando y la piedra blanca, aunque teñida, sigue siendo blanca y alejada de la construcción de un edificio común.

Considero que Vallejo ilumina tarde o temprano, al principio, al medio o al final en este duro oficio a cualquier poeta peruano que lo convoque, en este caso, como dice Barbieri, no es un fantasma el que susurra versos con sintaxis y semántica parecida a la que usara el poeta en su época, sino es la transubstanciación de un cuerpo nuevo sobre el mismo antiguo problema. Mejor irse del Perú a morirse de hambre que quedarse a vivir con hambre en el Perú.

Me conmueve el trabajo de sonoridad que intenta semejar, la coloquialidad vallejiana, que tanto ha calado en nuestra memoria poética. En Barbieri encuentro al contrario de lo que Vallejo escribe, una mayor necesidad de renombrar la realidad y es menos intenso en el mundo surreal bajo fuego, llamas y sombras que lograron la capacidad incendiaria del poeta de Santiago de Chuco. Por eso ha quedado como una afrenta histórica que se le quiso adjudicar el delito de prender fuego a unos almacenes, cuando lo que él quería era incendiar el corazón humano. Nadie abandona a un admirador audaz, menos Vallejo.

Debo recalcar que no se trata de equipararlos, compararlos o pensar en Barbieri como un discípulo devoto quien puja por llegar a ser como el maestro, sino como alguien que ha dejado de creer en Dios y en la divinidad del padre humano y del padre literario, logrando deconstruir la matriz vallejiana hasta sacar el jugo que se necesita para escribir desde su status quo frente a la lírica francesa, declarando su admiración por el país europeo. 

“No hay deidad”, dice Barbieri, aunque Vallejo nunca se soltó de la sombra de Dios. Entonces se me ocurre una ecuación nueva, Barbieri no se despega de la sombra de Vallejo, porque sólo quiere poetizar este plano, se encomienda bajo su tutela poética logrando compensar en sus versos este desigual mundo que parece haber acercado la tecnología, la inteligencia y la belleza a todos; y sin embargo, nada más diferente que el rio Sena y sus orillas, a las del Rio Virú.

El poema IV, página 49, expresa según mi lectura, la dimensión auténtica de la poética barbieriana, a diferencia de los demás constructos porque hay una asimilación del límite ante lo grande; considero que es el poema mejor logrado, el que tiene voz propia, el que habla con la voz poética que usa Johnny Barbieri ante la inmensa incomprensión de la vida, la demarcación de su voz ante la grandeza humana y universal de Vallejo.

Definitivamente en este poemario Vallejo acompaña a Barbieri en un viaje y recorrido de 100 años Ambos van allí a reconocer que París no es para todos, y sin embargo el deseo de que lo sea casi va logrando un nuevo horizonte de posibilidades sobre esa constante negación. París sigue sembrando y cosechando su eternidad en cada poeta que se haya sentido herido por sus abriles y su luz.

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Las primeras estaciones

Texto comentando el poemario “Las primeras estaciones”, Premio Copé Bronce de Poesía 2019, de Karen Vila.

Karen Vila en “Las primeras Estaciones” nos remite a un paisaje lleno de revelaciones desoladoras y descubrimientos, desde su propia indignación ante una historia que muestra la crueldad de “la repartija”, como la poeta nombra en uno de sus versos, al enorme abismo que existe entre diferentes economías mundiales.

En Karen Vila, la mirada binaria, también dialéctica entre lo que ella es (representado en el sujeto poético que califica) y lo que ella no es (la arquitectura de la otredad), entran sin estrépito, pero contundentes, en una batalla campal.

Aquí la voz poética, se ubica para observar el paso del tiempo y las estaciones naturales que se combinan en un ciclo de nacimiento y muerte, construyendo un mundo a la medida de sus sentidos y simpatías. La poeta arrasa contra el concepto de capitalismo que ella ve reflejada en la bonanza de espacios turísticos como Mallorca / Menorca y no puede olvidar la pobreza atestiguada de un Perú que, exige no quedarse atrás porque exhorta a ser comparado constantemente con Europa.

Pero difícilmente tales asimetrías han sido posibles de nombrar desde un parámetro equitativo. En ese intento han perecido muchos. El norte seguirá siendo norte a pesar del verano en el sur del mundo.

El peso de la historia que Berlín contabilizada en su argamasa de preciosismos museológicos, se ve reducida por la poeta a una estampa fotográfica que desfila cuando ella parpadea. Pero esa no es Karen, la que mira pasar, ni su voz se esconde en el Zeitgeist o una poiesis o constructo que representa a nuestra época. Pareciera asimilarse a la fabricación de lo que el turismo propone en miles de imágenes, pero la gran diferencia es que el sujeto poético clava una daga en la música y el edificio europeo lo transmuta en el sonido de “un jardín que huele a infancia tierna”.

Se conmueve ante la naturaleza y ante la arquitectura lograda por la historia y también por manos maestras que se regocijan creando arte. Pero ese tira y afloja y esa tensión entre el Apu al que pertenece y el panorama urbano observado, resuena y lo convoca en un nuevo discurso entre nostalgia de imágenes hacia el origen, más que al origen mismo.

El allá europeo se hará más cercano, gracias a Eielson, quien ha dejado de ser un poeta peruano, para convertirse en un puente filial simbólico y necesario, entre la Europa que él supo digerir y asimilar con genuino atrevimiento de un peruano forjador de escuela estetizante para los lectores posteriores: Todos somos deudos de Eielson, nosotros quienes encontramos en su poética un respaldo para reconocer en Europa, un constructo difícil, desafiante y aleccionador. Precisamente ese ejercicio estético eielsoniano dentro de todas las nuevas modalidades globales, permite a la voz poética de “Las primeras estaciones”, crear este conjunto de versos, para volver a la geografía europea ya sea para tirarla sobre el piso e insultarla, por fascista y sagrada o porque abre otra luz en el neurocortex, permitiendo un inicio interesante en el proceso de creación al mezclar sonoridades y sílabas nuevas. Ese alguien es Karen Vila que viene de un espectro convulsionado, un Perú que se nombra en la opacidad del espejo, o que arremete como fantasma detrás del limbo.

Interesante es la división del poemario, muy a las cuatro estaciones europeas, donde cada estación: Invierno, Verano, Otoño y Primavera muestran sus asombros particulares y su magia genuina desde la temperatura del cuerpo hasta los colores surreales que subvierten el pasaje original, para permitir a la poeta dejar de buscar un vocero oficial que unifique su procedencia con el tótem al que pretende destruir en su inconsciente para hallarse renacida otra vez en una primavera personal. 

Las cuatro estaciones peruanas de la poeta no saben ostentar las diferencias epistemológicas entre Berlín y las Baleares, pero si quizás entre un pueblo cusqueño y un arenal tacneño. Encuentro en la configuración del poemario inspirado en casuales allegros y andantes Vivaldinos, para mantenernos a caballo sobre el periplo de la lectura, atravesando  las diferencias entre el frio y el calor, la nieve y la hojarasca, permitiendo a la voz poética un paseo desde Kreuzberg hasta las costas de Barcelona, para impregnarla de una tramontana que le permitirá (a pesar que ella sienta la negación) entregarse en una nueva integración de  cuerpo y espíritu entre su pasado latente de una voz peruana recordando en cada paso que da el hogar del que ella proviene. Y esto para sólo nombrar imágenes que no sabe aún como añadir a su imaginario y son una suerte de pizarra con postales y descripciones, pero que no logran asumirse del todo dentro de esta constelación de valores expresivos.

La poeta nombra a sus maestros como quien no quiere perder el vínculo con el lenguaje de la madre y muestra como estandarte dentro de su canon literario a Carmen Ollé, quien también tuviera un itinerario sugestivo por Europa creando versos donde retrata esas flagrantes diferencias estéticas, económicas y culturales; que convocan a su poética profunda, femenina y mordaz para atreverse a poner un pie en un lugar y un pie en el otro, desarrollando una síntesis unívoca entre los dos orbes con sus respectivos significantes.

 Julia Wong

Johnny Barbieri Camposano, Expediente Vallejo y Karen Vila, Las primeras estaciones. Lima. Ediciones Copé – Petroperú. Julio 2020.